Inmaculado Corazón de María

Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús, María y José

Alégrense, no teman.

TIEMPO PASCUAL 21 LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA (Blanco)

Lecturas: Hch 2, 14.22-33 | Sal 15, 1-2a.5.7-11
Evangelio según San Mateo 28, 8-15

Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y corrieron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense». Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán». 

Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: «Digan así: “Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos”. Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo». Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.

Queridos hermanos y hermanas:
Surrexit Dominus vere! Alleluja! La Resurrección del Señor marca la renovación de nuestra condición humana. Cristo ha derrotado la muerte, causada por nuestro pecado, y nos reconduce a la vida inmortal. De ese acontecimiento brota toda a vida de la Iglesia y la existencia misma de los cristianos. Lo leemos precisamente hoy, lunes del Ángel, en el primer discurso misionero de la Iglesia naciente: «A este Jesús – proclama el apóstol Pedro- lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo» (Hch 2,32-33).
Uno de los signos característicos de la fe en la Resurrección es el saludo entre los cristianos en el tiempo pascual, inspirado en un antiguo himno litúrgico: «¡Cristo ha resucitado! ¡Ha resucitado verdaderamente!» Es una profesión de fe y un compromiso de vida, precisamente como aconteció a las mujeres descritas en el Evangelio de san Mateo: «De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alegraos”. Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: “No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28,9-10). «Toda la Iglesia — escribe el siervo de Dios Pablo VI— recibe la misión de evangelizar, y la actividad de cada miembro constituye algo importante para el conjunto. Permanece como un signo, opaco y luminoso al mismo tiempo, de una nueva presencia de Jesucristo, de su partida y de su permanencia. Ella lo prolonga y lo continúa»’
¿Cómo podemos encontrar al Señor y ser cada vez más sus auténticos testigos? San Máximo de Turín afirma: «Quien quiera encontrar al Salvador, lo primero que debe hacer, es aprender a dirigir constantemente la mirada de la mente y del corazón hacia la altura de Dios, donde está Cristo resucitado. Por consiguiente, en la oración, en la adoración, Dios encuentra al hombre. El teólogo Romano Guardini observa que «la adoración no es algo accesorio, secundario […). Se trata del interés último, del sentido y del ser. En la adoración el hombre reconoce lo que vale en sentido puro, sencillo y santo»’. Sólo si sabemos dirigirnos a Dios, orar a él, podemos descubrir el significado más profundo de nuestra vida, y el camino diario queda iluminado por la luz del Resucitado.
Invoquemos ahora a la Virgen María, para que nos ayude a cumplir fielmente y con alegría la misión que el Señor resucitado nos encomienda a cada uno.

Regina Caeli. Castelgandolfo, Lunes del Ángel 25 de Abril de 2011 Papa Benedicto XVI

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